sábado, 4 de agosto de 2018

El Samurai


El día ha sido muy duro. No ha parado de llover. El bambú rezuma agua. Está mas verde que nunca.
Mis pies están fríos, doloridos.
Por fin llego a casa. El olor a incienso me hace sentir el hogar.
Abro la puerta y te veo al fondo, postrada de rodillas, atendiendo al té. Haces un minúsculo movimiento con el cuello, imperceptible para la mayoría, suficiente para darme a entender que has escuchado mi llegada.
Dejo mis pertrechos con el ritual milenario de respeto a las armas sagradas.

Llegas a la alcoba para atenderme. Dejamos la armadura, las protecciones, la cota, mi amada espada.
La humedad queda atrás. Me visto con el Kimono ceremonial, sereno, pausado, siendo consciente de cada uno de mis movimientos, atendiendo a la respiración.
Mientras, me observas junto al rincón de la ventana, silenciosa, calmada, perfecta.
Tus formas, tus ojos me elevan a los planos de Buda, donde transitaré sin duda entre ángeles como tu.
Salgo a la estancia principal. Me sigues a pocos pasos, pasos suaves y silenciosos por el suelo de madera.
Nos sentamos frente a la mesa del Té. Sirves con maestría, con delicadeza, con perfección.
Me miras y sabes que mañana ya no estaré aquí. Una espada mas diestra que la mía atravesará mi costado para separarnos por siempre jamás.
Siguiendo el ceremonial del Té, no hay manifestación de dolor, no hay lamentos. Solo nos concentramos en la acción.
Afuera sigue lloviendo. Las gotas caen por el canal del tejadillo.
Este momento es la eternidad. Nada importa morir mañana o esta noche. Cada segundo es una vida, una existencia...
Mañana ya no estaré aquí, pero eso carece de importancia.
El Samurai siempre está junto a Ti.

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